Recuerdos de mi abuela
Mi abuela paterna se llamaba Rosario, murió hace 32 años, pero la recuerdo tan nítidamente que creo tenerla muy cerca de mí. Parece que nació con prisa y vivió siempre con prisa a pesar de no tener reloj. Creo que sus padres la hicieron corre que te corre, en un aquí te pillo, aquí te mato, y durante el trayecto de su vida, llevó la urgencia de todo por sus venas y por su delgaducho cuerpo.
Era morena y tenía el pelo muy largo que recogía en un moño trenzado que se hacía ella sola. Algunas veces lo vi suelto cuando se lo lavaba, y me quedaba boquiabierta ante la habilidad que tenía para hacerse la trenza.
Era una mujer de mucho carácter, seguramente de ahí viene el mío y también esa urgencia de vivir que tengo, y esa rebeldía suya que me regaló por las venas y que llevo por bandera.
Se levantaba casi antes de salir el sol a pesar de que no tenía grandes cosas que hacer. En invierno encendía el brasero de carbón mientras preparaba el café y echaba de comer a los pájaros. Luego subía las persianas y regaba las plantas. cuando dormía con ella hacía ruido para que me levantara, y yo hundida en la cama de borra, me resistía. Entraba y salía de la habitación una y otra vez, abría el armario, lo cerraba, abría un cajón, lo cerraba...quería que me levantara ya, tenía prisa para hacer nada.
Luego ponía la radio, una radio grande con la carcasa de madera que tenía en una repisa colgada en la pared, y durante toda la mañana se escuchaba varias veces la canción del Cola-Cao desayuno y merienda ideal, y el di Papá de José Guardiola y su niña. Los pájaros se ponían contentos y cantaban también. Era una casa alegre la de mi abuela, una casa con prisa por amanecer y vivir los pequeños detalles que ahora echo tanto de menos.
Yo era su nieta favorita, y cada dichoso Viernes Santo iba con ella de madrugada a ver la procesión de Nuestro Padre Jesús "El Abuelo", no quería ir sola y durante muchos años siendo yo adolescente la acompañaba en la madrugá hasta la plaza de Santa María para ver al Señor salir de la Catedral. En eso creo que es en lo único que no le he salido. Fue toda su vida analfabeta, al contrario que mi abuela materna, y nunca entendí como se puede vivir sin saber que pone en un papel y sin saber escribir el propio nombre.
Algunas veces viajé con ella a Alicante para ver a mis tías, yo era su guía y la que leía todo, el nombre de las calles, de los trenes, el número de asiento, el buzón del portal. Recuerdo que para reírme, a veces le decía : abuela, di frigorífico, pero como no sabía pronunciarlo y tonta no era, decía nevera. Para decir bolígrafo decía pluma, y a todo le encontraba la palabra adecuada y fácil para ella.
Cuando alguien se moría, me preguntaba ¿yo también me tengo que morir?, claro abuela, y yo, y todos nos tenemos que morir, pero mi abuela era muy miedosa, tenía mucho miedo a la muerte que me trasladó a mí, y a medida que las personas que conozco y quiero se van al otro barrio, más miedo tengo. Me acuerdo mucho ahora de su terror y de sus neuras, de sus manías, de su cara y de sus manos lavando la ropa en la pila con el agua fría. Murió a los 82 años con todo su genio y figura, y a pesar de ser analfabeta, aprendí de ella a llamar al pan pan, y al vino vino, a valorar las pequeñas cosas del día a día, a ir por la vida de frente y mirando a los ojos de los demás, a darme cuenta de quien merece la pena y quien no, aprendí a no querer morirme porque siempre tendré muchas cosas que hacer.
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